Había una vez un tonto al que nadie le hacía caso. Cierto día apareció un buen hombre al que le dio lástima y le prestó atención. El tonto le pegaba la paliza con sus estupideces y el buen hombre se armaba de paciencia para soportarlas, pero era tan grande la satisfacción que su obra de caridad le hacía sentir que compensaba holgadamente aguantar a aquel desdichado. Un viernes por la tarde el desdichado le pidió 100 euros y el hombre de bien se los dio ¿para qué querrá el dinero? – se preguntaba Y cuando el rostro volvió halló la respuesta viendo que el tonto estaba gastándose los cien euros en el bar poniéndolo a parir